Tres poemas por Evaristo Carriego (Paraná, Entre Ríos; 7 de mayo de 1883 - Buenos Aires; 13 de octubre de 1912)



Conversando



El libro sin abrir y el vaso lleno.
-Con esto, para mí, nada hay ausente-.
Podemos conversar tranquilamente:
la excelencia del vino me hace bueno.

Hermano, ya lo ves, ni una exigencia
me reprocha la vida..., así me agrada;
de lo demás no quiero saber nada...
Practico una virtud: la indiferencia.

Me disgusta tener preocupaciones
que hayan de conmoverme. En mis rincones
vivo la vida a la manera eximia

del que es feliz, porque en verdad te digo:
la esposa del señor de la vendimia
se ha fugado conmigo...





El clavel



Fue al surgir de una duda insinuativa
cuando hirió tu severa aristocracia,
como un símbolo rojo de mi audacia,
un clavel que tu mano no cultiva.

Quizás hubo una frase sugestiva,
o viera una intención tu perspicacia,
pues tu serenidad llena de gracia
fingió una rebelión despreciativa...

Y, así, en tu vanidad, por la impaciente
condena de un orgullo intransigente,
mi rojo heraldo de amatorios credos

Mereció, por su símbolo atrevido,
como un apóstol o como un bandido
la guillotina de tus nobles dedos.





El guapo


A la memoria de San Juan Moreira
Muy devotamente




El barrio le admira. Cultor del coraje,
conquistó, a la larga, renombre de osado;
se impuso en cien riñas entre el compadraje
y de las prisiones salió consagrado.

Conoce sus triunfos, y ni aun le inquieta
la gloria de otros, de muchos temida,
pues todo el Palermo de acción le respeta
y acata su fama, jamás desmentida.

Le cruzan el rostro, de estigmas violentos,
hondas cicatrices, y quizás le halaga
llevar imborrables adornos sangrientos:
caprichos de hembra que tuvo la daga.

La esquina o el patio, de alegres reuniones,
le oye contar hechos, que nadie le niega:
¡con una guitarra de altivas canciones
el es Juan Moreira, y el es Santos Vega!

Con ese sombrero que inclinó a los ojos,
con esa melena que peinó al descuido,
cantando aventuras, de relatos rojos,
parece un poeta que fuese bandido.

Las mozas más lindas del baile orillero
para él no se muestran esquivas y hurañas,
tal vez orgullosas de ese compañero
que tiene aureolas de amores, y hazañas.

Nada se le importa de la envidia ajena,
ni que el rival pueda tenderle algún lazo:
no es un enemigo que valga la pena...
pues ya una vez lo hizo ca...er de un hachazo.

Gente de avería, que aguardan crüeles
brutales recuerdos en los costurones
que dejará el tajo, sumisos y fieles,
le siguen y adulan imberbes matones.

Aunque le ocasiona muchos malos ratos,
en las elecciones es un caudillejo
que por el buen nombre de los candidatos
en los peores trances expone el pellejo...

Pronto a la pelea -pasión del cuchillo
que ilustra las manos por el mutiladas-
su pieza, amenaza de algún conventillo,
es una academia de ágiles visteadas.

Porque en sus impulsos de alma pendenciera
desprecia el peligro sereno y bizarro,
¡para el la vida no vale siquiera
la sola pitada de un triste cigarro!...

...Y allá va pasando con aire altanero,
luciendo las prendas de su gallardía,
procaz e insolente como un mosquetero
que tiene en su guardia la chusma bravía.






En Misas Herejes (Buenos Aires, 1908)



Poesía desde la Carriego



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