América - Pablo Neruda, en Canto general II (1955)



Estoy, estoy rodeado
por madreselva y páramo, por chacal y centella,
por el encadenado perfume de las lilas:
estoy, estoy rodeado
por días, meses, aguas que sólo yo conozco,
por uñas, peces, meses que sólo yo establezco,
estoy, estoy rodeado
por la delgada espuma combatiente
del litoral poblado de campanas.
La camisa escarlata del volcán y del indio,
el camino,
que el pie desnudo levantó entre las hojas
y las espinas entre las raíces,
llega a mis pies de noche para que lo camine.
La oscura sangre como en un otoño
derramada en el suelo,
el temible estandarte de la muerte en la selva,
los pasos invasores deshaciéndose,
el grito de los guerreros,
el crepúsculo de las lanzas dormidas,
el sobresaltado sueño de los soldados,
los grandes ríos en que la paz del caimán chapotea,
tus recientes ciudades de alcaldes imprevistos,
el coro de los pájaros de costumbre indomable,
en el pútrido día de la selva,
el fulgor tutelar de la luciérnaga,
cuando en tu vientre existo,
en tu almenada tarde, en tu descanso,
en el útero de tus nacimientos,
en el terremoto, en el diablo de los campesinos,
en la ceniza que cae de los ventisqueros,
en el espacio, en el espacio puro, circular inasible,
en la garra sangrienta de los cóndores,
en la paz humillada de Guatemala,
en los negros,
en los muelles de Trinidad, en la Guayra:
todo es mi noche,
todo es mi día,
todo es mi aire,
todo es lo que vivo, sufro, levanto y agonizo.
América, no de noche
ni de luz están hechas las sílabas que canto.
De tierra es la materia apoderada
del fulgor y del pan de mi victoria,
y no es sueño mi sueño sino tierra.
Duermo rodeado de espaciosa arcilla
y por mis manos corre cuando vivo
un manantial de caudalosas tierras.
Y no es vino el que bebo sino tierra,
tierra escondida, tierra de mi boca,
tierra de agricultura con rocío,
vendaval de legumbres luminosas,
estirpa cereal, bodega de oro.










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