Lucrecia Martel (fragmentos de la entrevista con Mónica Yemayel)


—Me fui de Salta a los 19 años porque, en parte, refundarse es tomar distancia. Las convenciones sociales te marcan una identidad. Es una enredadera que hay que salir a machetear. ¿Quiero esto para mí? ¿Soy esto que se espera de mí? La identidad es una cárcel. Hay que estar alerta y saber que es una construcción; cuando ya no sirve, hay que inventarse una nueva.

—El sentido de la vida es una cosa muy delicada. Si no encontrás una alternativa, si no tenés la fuerza para ir en busca de eso…
Y son muchas horas de trabajo extra.


—Veo a mi mamá, que se casó embarazada. Creo que fue así, porque no es un tema que se hable en la familia y nunca logramos que lo confiesen. No creo que fuera su plan tener tantos hijos y abandonar su carrera. Y ahora siente una soledad, una desazón, me escribe y me pregunta por el sentido de la vida. Hace dos años, cuando me enfermé, parecía que me iba a ir antes que ella, y eso me dio cierta autoridad para hablar del tema. Yo le digo: “Vieja, todos nos levantamos con ese vacío y durante el día hay que construir el sentido; no es algo que te viene dado o que vas a aprender en un taller literario.” Hay una cosa que es fundamental saber: el sentido de la vida es algo muy personal que no se resuelve por la preocupación y el cuidado y el trabajo por otro.


—En Comunicación tenía una profesora, Patricia Terrero, murió a los 45 años, era gay, muy cálida, como una madre. Me dio mi primer trabajo cuando yo creía que era incapaz de conseguir uno. “Vas a ir a las bibliotecas a investigar y tomar notas para mí”, me dijo un día, y con eso me reveló lo pequeño que es el tabique de la imposibilidad: es una pared, pero esa pared es un papel, hacés “pluf” y ya no está más. Otro profesor que recuerdo es Narciso Benbenaste. Con él escuché por primera vez hablar de John Austin, un filósofo del lenguaje que dice que la palabra es acto. Fue revelador. Pensar que una palabra desencadena una serie de acontecimientos y preforma la realidad. Mi interés por el lenguaje comenzó ahí.


—El que cree que se puede hacer cine pensando en los festivales no tiene idea de lo que es el cine ni los festivales. Los festivales son un no-lugar. No hay nada ahí. No hay personas, hay industria. Si un director tiene esa estrategia, no resiste, desaparece. ¡Además yo no tengo ninguna estrategia! ¡No hago cine para los festivales! Hago películas cuando tengo algo para decir. El cine no es mi vida. Cada uno se cocina en una ollita muy chica y la mía es mi familia, mis amigos, mi soledad y tener la valentía para enfrentar eso.


Siempre tuve la sensación de que si hay que caer, hay que caerse rotundamente. No un poquito. Hay que irse a la mierda. Y me parece que las mujeres, en general, tenemos entrenamiento.



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