El Nadador - Por Héctor Viel Temperley


El  Nadador

Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada.
Soy el hombre que quiere ser aguada
para beber tus lluvias
con la piel de su pecho.
Soy el nadador, Señor, bota sin pierna bajo el cielo
para tus lluvias mansas,
para tus fuertes lluvias,
para todas tus aguas.
Las aguas como lonjas de una piel infinita,
las aguas libres y las de los lagos,
que no son más que cielos arrastrados
por tus caídos ángeles.
Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada.
Tuyo es mi cuerpo, que hasta en las más bajas
aguas de los arroyos
se sostiene vibrante,
como en medio del aire.
Mi cuerpo que se hunde
en transparentes ríos
y va soltando en ellos
su aliento, lentamente,
dándoselo a aspirar
a la corriente.
Soy el nadador, Señor, el hombre que nada
hasta las lluvias
de su infancia,
que a las tardes crecían
entre sus piernas salpicadas
como alto y limpio pajonal que aislaba
las casonas
y desde sus paredes
celestes se ensanchaba.
Soy el nadador, Señor, el hombre que nada
por la memoria de las aguas
hasta donde su pecho
recuerda las pisadas,
como marcas de luz, de tus sandalias.
Y recuerda los días cuando el cielo
rodaba hasta los ríos como un viento
y hacía el agua tan azul que el hombre
entraba en ella y respiraba.
Soy el hombre que nada hasta los cielos
con sus largas miradas.
Soy el nadador, Señor, sólo el hombre que nada.
Gracias doy a tus aguas porque en ellas
mis brazos todavía
hacen ruido de alas.


Héctor Viel Temperley, Bs As.
1933 - 1987
Junio 2012: 25º aniversario de su muerte

Gaston Bachelard y "la poética de la ensoñación" ...




III. Ensoñaciones e infancia

"La infancia ve el mundo ilustrado, el mundo con sus primeros colores, verdaderos."

"Para entrar en los tiempos fabulosos hay que ser serio como un niño soñador. La fábula no divierte, encanta. Hemos perdido el lenguaje encantador. Henry Thoreau escribió: "Parecería que en la edad madura no hacemos más que languidecer para decir los sueños de nuestra infancia, y éstos se desvanecen de nuestra memoria antes de que hayamos podido aprender su lenguaje."
Para volver a encontrar el lenguaje de las fábulas hay que participar del existencialismo de lo fabuloso, volverse en cuerpo y alma un ser admirativo, reemplazar ante el mundo percepción por admiración. Admirar para recibir los valores de lo que se percibe. Y en el pasado mismo, admirar el recuerdo."





Gaston Bachelard, en "La poética de la ensoñación" (1960)