TRANSPORTE - Juan Agustin Benitez Vibart


Nunca se había sentido mejor en su vida. Los tenues rayos de sol de otoño calentaban sus mejillas y él sólo cerraba sus ojos para disfrutarlo plenamente. A la vez, la fresca brisa matutina acariciaba su rostro con ternura, recordándole a su madre en un pasado remoto, casi olvidado. Su paso ansioso y apresurado se disipó poco a poco, dio lugar a un ritmo relajado, distendido. El crujiente ruido de la alfombra de hojas bajo sus pies fue cesando hasta hacerse inaudible. La vereda se alejaba con cada paso, y sus zapatillas se despegaban de la loza sin poder evitarlo. Ya no estaba caminando. Sus pasos no eran pasos sino trazos involuntarios que lo deslizaban a otro mundo. A medida que dejaba atrás su cuerpo menos deseaba volver a él. Todo a su alrededor era hermoso, escuchaba lo que quería escuchar y sentía lo que deseaba sentir. Ya no le molestaba esa maldita vena del brazo derecho, infectada por las incontables agujas que la habían corrompido. A tal punto se compenetró en su planeta que se desvanecieron su pasado, sus penas, sus rencores. Nada había que él no deseara en la perfección de lo que había creado esa hermosa mañana de otoño. Gradualmente comenzó a sentir que no volvería jamás a su otra vida, anhelaba permanecer en su nube de ensueño eternamente. No obstante, sin saber por qué, súbitamente comenzó a sentirse perturbado. Un ruido estridente e incesante invadió su cabeza para arrebatarle su tan preciada armonía. El enojo y la desesperación suplantaron la paz y tranquilidad, ya que nada lo detenía y se duplicaba segundo a segundo. Hasta que no pudo soportarlo. Por más que quisiera resistirse, el invasor resonaba en su cráneo despedazando su útopico mundo, su invalorable universo. Sin otro remedio, abrió sus ojos, que eran su portal a la dimensión que había querido abandonar. Y en ese momento no sintió nada más, ni los tenues rayos, ni la suave brisa, ni las crujientes hojas, tampoco la creciente vereda; sólo alcanzó a divisar la placa SIC 332




No hay comentarios: